Cuando hablamos de la ruta del éxodo de Moisés nos referimos al recorrido del pueblo de Israel cuando salió de Egipto donde había permanecido 400 años esclavo. Yahveh con Moisés al frente, le hizo pasar por el Mar Rojo, subir al Monte Sinaí para recibir los Diez Mandamientos y cruzar el desierto hasta llegar al Monte Nebo en Jordania, desde donde divisó la Tierra Prometida. Moisés no entraría en ella.
Todo este camino está recogido en el libro del Éxodo, segundo libro de la Biblia cristiana, uno de los cinco que constituyen el Pentateuco. En la Biblia hebrea este libro se titula semot (los «Nombres»), por la primera palabra del texto, mientras que los Setenta y la tradición cristiana lo titulan Éxodo, por su contenido central. El nombre de Éxodo, latinizado del Εξοδος, proviene del gran suceso que narra, la salida de Israel de Egipto. La finalidad de este libro es demostrar históricamente el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham de que su descendencia, después de una larga estancia en tierra de esclavitud, se multiplicaría y llegaría a ser un gran pueblo.
Aunque la Biblia no da nombres de los faraones opresores, sin embargo, hoy día la generalidad de los exegetas y egiptólogos suponen que el Éxodo tuvo lugar en el siglo XIII bajo la dinastía XIX de Egipto. El mismo itinerario hacia el Sinaí es verosímil, ya que, aparte de la finalidad de aislar a Israel en el desierto para crear una nueva conciencia nacional y religiosa, el camino recto hacia Canaán por la costa mediterránea estaba plagado de fortalezas militares egipcias para hacer frente a las invasiones asiáticas (particularmente hititas, que presionaban hacia el sur), lo que hubiera hecho imposible que los hebreos pudieran salir hacia Canaán. Por otra parte, Moisés conocía las estepas del Sinaí por haber vivido en ellas, y es muy natural que se comprometiera a llevar al pueblo por caminos fuera del control militar egipcio.
La ruta de Moisés tras cruzar el Mar rojo
Pero ¿qué les esperaba a Moisés y al pueblo de Dios después de cruzar el mar Rojo? ¿Hacia dónde se dirigieron, y cómo llegaron al río Jordán para entrar en la Tierra Prometida?
A la cabeza de 600.000 hombres, además de mujeres y niños, y pesadamente cargados, Moisés sigue un camino por el desierto, indicado por una columna alternada de nubes y fuego. Su destino era la tierra de Canaán, pero Moisés no tomó la ruta más corta, la que extendiéndose unos 400 kilómetros a lo largo de la arenosa costa mediterránea pasaba justo por Filistea, territorio enemigo de Israel. Tampoco atravesó la vasta región central de la península del Sinaí, con su pedregosa meseta abrasada por el sol. Más bien, la ruta de Moisés tras cruzar el Mar rojo fue hacia el sur por la angosta llanura litoral. Erigieron el primer campamento en Marah, donde Yahveh convirtió el agua amarga en agua dulce. Después de partir de Elim, murmuraron por causa del alimento, y Dios les dio codornices y luego maná. En Refidim volvieron a quejarse por el agua, derrotaron a los amalequitas que los atacaban, y el suegro de Moisés instó a este a apoyarse en hombres justos que le ayudaran en su tarea (Ex, 15-18).
Moisés llevó a los israelitas a las montañas que se alzaban más al sur y los hizo acampar al pie del monte Sinaí. Allí el pueblo recibió la Ley, construyó el tabernáculo y ofreció sacrificios. En el segundo año se dirigieron al norte a través de un “desierto grande e inspirador de temor”, y parece que les tomó once días llegar a la zona de Qadés (Qadés-barnea) (Dt 1,1, 2, 19; 8,15). Por ceder al temor que les infundió el informe negativo de diez espías, vagaron treinta y ocho años (Num 13,1–14,34). Entre otros lugares, se detuvieron en Abroná y Ezión-guéber, y luego regresaron a Qadés (Num 33,33-36).
La ruta de Moisés hacia la Tierra Prometida
Finalmente alcanzaron el monte Nebo. Míriam había muerto en Qadés; Aarón, en el monte Hor, y ahora moría Moisés teniendo a la vista la tierra en la que había deseado entrar (Dt 32,48-52; 34,1-5) finalizaba así la ruta de Moisés hacia la Tierra Prometida sin haber podido alcanzarla.
Salvado de las aguas. Criado junto al Faraón. Elegido para salvar a su pueblo. Instrumento de Dios en las plagas. Caudillo desde el mar Rojo. Y ya en el desierto, el hombre de la Alianza: Amigo de Dios, padre del pueblo, legislador, juez, guerrero, libertador…
Es el hombre fuerte como un titán que se resiste a aceptar las debilidades de su pueblo. Dios permite su fracaso. Viendo ya la Tierra Prometida, muere con la esperanza incumplida de entrar en la tierra de Canaán.
El que extendió su mano en el mar y lo secó o hizo brotar agua de la roca en el desierto, o consiguió de Dios el maná y las codornices para quitar el hambre de su pueblo no disfruta su máximo proyecto humano: entrar en la Tierra de Promisión.
Le correspondió a Josué introducir a Israel en ella, Así concluía una travesía que había comenzado cuarenta años atrás (Jos 1,1-4).
Algunos eruditos de la Biblia que intentan seguir la ruta que tomó Moisés cuando sacó a los israelitas de Egipto dicen que han encontrado evidencias de la ruta usada por Moisés durante el Éxodo de los judíos de Egipto a la Tierra Prometida, así como de que el Monte Sinaí está en realidad en el este de Arabia Saudita.
Los especialistas de la Fundación de Investigación Doubting Thomas, hace años que realizan estudios históricos investigando las evidencias de los relatos bíblicos. Liderados por Ryan Mauro, han viajado a Arabia Saudita tres veces, recogiendo datos y haciendo pruebas en un lugar que tiene acceso restringido, pero que ha sido señalado hace décadas como la verdadera ubicación del Monte Sinaí, donde Moisés recibió los diez mandamientos. Históricamente, la ubicación de este monte se asocia con la península del Sinaí, en Egipto. Cada año miles de peregrinos lo escalan para visitar lo que se cree que es el lugar donde Dios se reveló por primera vez a Moisés.
Varios estudiosos apuntaban a Jabal al Iawz, conocido como «otro monte Sinai», ubicado a más de 160 kilómetros al este del golfo de Aqaba, que separa la península del Sinaí de Arabia Saudita. Los judíos habrían entrado en la antigua tierra de Madián cuando huyeron de la esclavitud en Egipto y Moisés habría llevado al pueblo a través del golfo de Aqaba, al este de la península del Sinaí. En ese lugar, la travesía tendría unos 12 kilómetros de ancho, con una profundidad superficial de apenas 33 metros.
Sin embargo, La teoría de que Jabal al-Lawz es el Monte Sinaí bíblico no es nueva y ha sido cuestionada por académicos tradicionales. Estos defienden el valor de la trasmisión oral y aseguran que el Monte Sinaí está tradicionalmente asociado con la Península del Sinaí de Egipto y que el Monasterio de Santa Catalina fue construido sobre lo que se cree que es el sitio donde Dios habló a Moisés en la zarza ardiente.
Y afirman que no hay evidencia histórica, geográfica, arqueológica o bíblica creíble para la tesis de que el Monte Sinaí se encuentra en Jabal al-Lawz en Arabia Saudita, describió los «errores monumentales» que llevaron a la conclusión de que la montaña es la mencionada en la Biblia.
Como podemos ver, aunque la Biblia recoge los ecos de la epopeya de Moisés hacia la tierra prometida los restos arqueológicos no son tan explícitos y dan lugar a distintas explicaciones.
El debate sigue abierto. Hoy por hoy no es posible comprobar la veracidad de la ubicación de los lugares geográficos narrados en el relato bíblico, pero en todo caso Moisés y el Éxodo se han ganado su espacio en la historia.
Recorrer los lugares por los que caminaron durante 40 años, Moisés y el Pueblo de Israel, es una experiencia inolvidable.
Vivir y recorrer el desierto también interiormente como prueba a la que es sometida la fe, como llamada a vivir la fe, puede ser cualquier situación difícil. Puede tratarse de dificultades que dimanan de nuestras relaciones con otra persona, de una enfermedad, de la soledad que te abruma, o de cualquier otra situación difícil. Un desierto por excelencia, pueden ser los estados de ánimo difíciles, llenos de aridez; cuando te parece que Dios te ha abandonado, cuando no sientes su presencia y cada vez te es más difícil creer en ella.
El desierto puede serle «impuesto» por Dios a una persona, o a una comunidad humana; cuando es El mismo quien los introduce en esa situación. Pero el desierto también puede ser el resultado de nuestra libre elección. Puede ocurrir que tú mismo desees la situación del desierto, en la que buscarás el silencio, el despojamiento y la presencia del Señor.
En el desierto encontrarás al Adversario, pero sobre todo encontrarás a Dios. Podrás entrar a lo más profundo de ti y descubrir la verdad sobre ti mismo, pero también podrás descubrir lo más importante de todo: la verdad sobre Dios.