El profeta Daniel nació y se crio en Judá, el reino donde estaban Jerusalén y el templo judío. En el año 617 antes de nuestra era, el rey Nabucodonosor de Babilonia conquistó Jerusalén y se llevó de allí a los hombres importantes del país (2 Reyes 24,15; Daniel 1,1) A Daniel (Belteasar), que debía ser solo un adolescente y a otros jóvenes entre ellos Ananias (Sadrac), Azarías (Abednego) y Misael (Mesac) los llevaron al palacio babilonio para darles una educación especial y que trabajaran al servicio del Gobierno .Durante el cautiverio, Daniel se distinguió como el principal profeta de la corte de Babilonia.
Dios le dio la capacidad de interpretar sueños. También le reveló visiones y lo inspiró para que escribiera el libro bíblico que lleva su nombre (Daniel 1,17; 2,19).
Aunque se les presionaba para que hicieran cosas que iban en contra de sus creencias, Daniel y sus tres amigos fueron leales a su Dios, (Daniel 1,3-8). Después de tres años de preparación, el rey Nabucodonosor los felicitó por su sabiduría y sus habilidades, y les dijo “que eran 10 veces mejores que todos los adivinos que había en todo su reino”. Así que decidió que Daniel y sus amigos servirían en la corte real (Daniel 1,18-20).
A lo largo de su vida, Daniel sirvió bajo cuatro reyes: Nabucodonosor, Belsasar, Darío y Ciro. A pesar de enfrentar diferentes reyes, imperios y culturas, Daniel se mantuvo firme en su fe, incluso en los momentos en los que enfrentó grandes peligros.
Nabucodonosor hizo una estatua de oro y ordenó a todos que la adoraran. Daniel y sus amigos se negaron a adorar la estatua y Sadrac, Mesac y Abednego fueron arrojados a un horno de fuego. Dios los protegió y salieron ilesos, mostrando el poder de Dios.
Años más tarde, el rey Belsasar, hijo de Nabucodonosor, celebró un banquete utilizando los utensilios sagrados del templo. De repente, apareció una escritura misteriosa en la pared. Daniel interpretó el mensaje que anunciaba la caída y el fin del reino de Belsasar. Esa noche, los medos y los persas conquistaron el Imperio babilónico.
El Gobierno medopersa le dio a Daniel un puesto de alto funcionario, y el rey Darío planeaba darle todavía más autoridad (Daniel 6,1-3). Otros funcionarios se pusieron tan celosos que intentaron acabar con Daniel haciendo que lo arrojaran al foso de los leones porque continuaba orando a Dios, desobedeciendo un decreto real. Dios envió un ángel para cerrar la boca de los leones y Daniel estuvo a salvo (Daniel 6,4-23). Este milagro fortaleció la fe de los habitantes del reino.
Sobre su destino posterior del profeta Daniel no se sabe nada, solamente que el murió siendo un anciano, posiblemente en la ciudad de Susa (Ecbatana)
Daniel también tuvo visiones proféticas sobre el futuro, incluida la venida del Mesías y el fin de los tiempos. La vida de Daniel es un ejemplo de fe y valentía. Incluso en el exilio, Daniel mantuvo su fe en Dios. Su conducta y valentía son poderosos ejemplos de fe e integridad. Su historia nos recuerda que nunca debemos perder la fe en Dios, incluso en los momentos más difíciles.
La figura de Daniel hay que entenderla en el momento histórico en el cual fue escrito su libro: durante el reinado de Antíoco Epífanes, cuando la cultura y la religión judías se encontraban amenazadas. Se trata de una historia ejemplar, que muestra la devoción de un hombre a su Dios en las más difíciles circunstancias, al tiempo que profetiza, como primer ejemplo de literatura apocalíptica, el final de los tiempos para dar paso al reino de Dios.