¿La Virgen María murió? ¿Cómo murió María, la madre de Jesús? ¿Dónde murió la Virgen María? ¿Existe su sepulcro? ¿Dónde está la tumba de la Virgen María?
La respuesta a estas preguntas y los últimos años de la vida de la Virgen María son, en buena medida, un enigma. La última referencia a la Madre del Señor, en la Biblia, aparece en los Hechos de los Apóstoles, cuando se la nombra, después de la Ascensión de Jesús, acompañando a los apóstoles y demás discípulos, que perseveraban en oración.
La más antigua y general tradición de la Iglesia señala que la santísima Virgen María había vivido en Jerusalén en los últimos años de su vida. Sin embargo, hubo algunos que aseguraban que la Virgen había vivido en Éfeso, hoy Turquía y que allí había muerto.
En Éfeso, puedes visitar la “Casita de la Virgen”, donde supuestamente habría vivido la Madre de Dios con San Juan al final de su vida en la tierra y donde, por lo tanto, habría muerto.
La historia de este sitio comienza recientemente, a fines del siglo 19, cuando se descubrieron cerca de Éfeso las ruinas de una capilla que en la antigüedad llevaba el nombre de “Puerta de la Toda Santa”, posiblemente dedicada a la Virgen, y que se encontraba adosada al monte Bulbul-Dag (Monte del Ruiseñor). Parece ser que el propietario hizo correr la voz de que las ruinas eran de una casita en la que habitara María con San Juan al final de su vida y que por consiguiente allí habría tenido lugar la Asunción.
Hoy en día son unas ruinas reconstruidas en piedra, donde muestran cada aposento de la casa y el lugar donde supuestamente tuvo la muerte, la Asunción, etc. Son unos cuantos los argumentos en favor de Éfeso, pero la gran generalidad de la tradición eclesiástica señala a Jerusalén como el sitio donde la Virgen vivió sus últimos días en la tierra. Y el argumento principal a favor de Jerusalén es la cronología del Nuevo testamento.
Por las Sagradas Escrituras sabemos que San Juan no fue a Éfeso hasta mucho después de la muerte de San Pablo, hacía el año 67. Por otro lado, María tenía 15 años cuando dio a luz al Salvador y 48 cuando murió Jesús en la cruz. Si hubiera ido a Éfeso cuando fue San Juan (año 67) hubiera tenido más de 82 años. A esta edad habría que añadir los años que pasara en Éfeso. Habría muerto María casi con 90 años.
La Tradición de los Padres de la Iglesia señala el final de los días de María en la tierra entre los 63 y los 69 años de edad. Con esto se deduce que no pudo ir con San Juan a Éfeso, ni vivió allí nunca, sino que murió en Jerusalén unos 15 años después de la muerte de Jesús, cuando San Juan todavía estaba en Jerusalén evangelizando, junto con San Pedro y San Felipe, las ciudades de Palestina.
San Alberto Magno dice: «Creemos que murió sin dolor”, cuenta cómo fue la muerte de la Santísima Virgen. Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir. San Francisco de Sales, considera que la muerte de María se produjo como un ímpetu de amor. En el Tratado del Amor de Dios habla de una muerte «en el Amor, a causa del Amor y por Amor» (Tratado del Amor de Dios, Lib. 7, 12-14; JP II, 25-junio-99.).
Juan Pablo II quien aclara aún más este punto: «Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en este caso la muerte pudo concebirse como una dormición.«
Dice la tradición que unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado a tantas personas tristes, y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber los apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo a la eternidad.
Los apóstoles la amaban como a una madre y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus manos su última bendición. Para cada uno de ellos tuvo palabras de consuelo y de esperanza.
Y luego, como quien se duerme, fue Ella cerrando santamente sus ojos, y su alma, mil veces bendita, partió para la eternidad. La noticia cundió por toda ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a rezar junto a su cadáver, como por la muerte de la propia madre.
Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.
En el aire se sentían suavísimos aromas, y parecía escuchar cada uno armonías de músicas suaves. Pero Tomás, Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían regresado de sepultar a la Santísima Madre.
Pedro -dijo Tomás- no me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso en esas manos santas que tantas veces me bendijeron. Y Pedro aceptó. Se fueron todos hacia su santo sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir, de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosa música en el aire.
Abrieron el sepulcro y en vez del cadáver de la Virgen, encontraron solamente… una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a su Madre Santísima y la había llevado al cielo.
Esto es lo que llamamos la Asunción de la Virgen (cuya fiesta se celebra el 15 de agosto). ¿Y quién de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia Madre? El 1o. de noviembre de 1950 el Papa Pío XIII declaró que el hecho de que la Virgen María fuera llevada al cielo en cuerpo y alma es una verdad de fe que obliga a ser creída por todo católico. No afirma ni niega la muerte de la Virgen María. Sostiene que “la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
Al describir estos hechos, los autores diferencian dos lugares: la casa donde se produjo el tránsito y la tumba desde donde el cuerpo de Santa María fue asunto.
En la Ciudad Santa, dos iglesias conservan todavía hoy la memoria de aquellos misterios: en el monte Sion, a pocos metros del Cenáculo, la basílica de la Dormición; y en Getsemaní, junto al huerto donde Jesús rezó la noche del Jueves Santo, la Tumba de María.
La Basílica de la Dormición Se encuentra en el monte Sion, es decir, la colina que se encuentra en el extremo suroccidental de la Ciudad Santa y que recibió ese nombre en época cristiana. Allí, alrededor del Cenáculo, nació la primitiva Iglesia; y allí, durante la segunda mitad del siglo IV, se construyó una gran basílica, llamada Santa Sion y considerada la madre de todas las iglesias.
La Tumba de María se halla en el cauce del torrente Cedrón, en Getsemaní, unas decenas de metros al norte de la basílica de la Agonía y del huerto de los Olivos. Recibe también el nombre de iglesia de la Asunción por los cristianos ortodoxos griegos y armenios, que comparten la propiedad, y por los sirios, coptos y etíopes, que detentan algunos derechos sobre el sitio.
«La Asunción es una realidad que también nos toca a nosotros, porque nos indica de modo luminoso nuestro destino, el de la humanidad y de la historia. De hecho, en María contemplamos la realidad de gloria a la que estamos llamados cada uno de nosotros y toda la Iglesia» (Benedicto XVI, Ángelus, 15-VIII-2012).
Interesantísimo relato, q viene a confirmar q la creencia d q la casita d la Virgen en Éfeso, no se ajusta a la realidad. Y sin embargo ha sido visitada x tres Papas lo q le confiere tb cierta credibilidad a pesar d la cronología.. o bien la curiosidad d estos Papas x el conocimiento d la casita d la Virgen.
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