La palabra Adviento procede del latín adventus y significa venida: la venida inminente de algo o alguien que está al llegar y que, además, esperamos ardientemente. El Adviento es una época de espera, de esperanza, de vivir en el presente pero con la mirada puesta en lo que vendrá, en lo que vendrá en el futuro y en lo que vendrá hoy a nuestra vida, Jesús. El Adviento es espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y Juez universal. Es también tiempo de conversión, a la cual invita con frecuencia la Liturgia de la Iglesia mediante la voz de los profetas y, sobre todo, de Juan Bautista: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (Mt 3, 2). Y es también tiempo de esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo (Rom 8, 24-25) y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y plenitud; que la promesa se convierta en posesión, la fe en visión y lleguemos a ser semejantes a Cristo, aquel que viene, porque le veremos tal cual es (1Jn 3, 2).
Por tanto, en el Adviento celebramos el misterio de la Venida del Señor en una actitud gozosa, hecha de vigilancia, espera y acogida. Nuestra vida se presenta, con asombro siempre nuevo, ante el misterio entrañable de un Dios que se ha hecho hombre. Es este un misterio que el Adviento prepara, la Navidad celebra y la Epifanía manifiesta.
Hanukkah o Janucá es una festividad judía anual de ocho días de duración que comienza el día 25 del mes de Kislev (según el calendario judío). Es una festividad variable, ya que el calendario judío es lunar. También es conocida como Fiesta de las Luces o Fiesta de las Luminarias. Conmemora la rededicación del Templo de Jerusalén en el año 165 a. C., tras la guerra contra el rey seléucida Antíoco Epífanes, cuando éste intentó consagrarlo a los dioses paganos, provocando la rebelión de Matatías Macabeo. La Guerra de los Macabeos dio lugar a una nueva dinastía judía, la segunda de su historia —la primera había sido la de David y sus descendientes—, llamada de los asmoneos, la cual representó para los judíos un siglo de independencia que terminó con la aparición en el escenario palestino de la gran potencia romana en el año 63 a. C., poco más de medio siglo antes del nacimiento de Jesús.
La Janucá es una fiesta muy alegre, en la que el rito principal lo constituye el encendido de las velas del candelabro de nueve brazos, la januquía —no confundir con la menorah, el candelabro judío de siete brazos—: una el primer día, dos el segundo, tres el tercero, y así hasta el octavo. La novena vela, o vela central (shamash), es la dedicada a encender las anteriores. En la fiesta se acostumbra intercambiar regalos y los niños son los grandes protagonistas. Las familias se reúnen en torno a una mesa con una gastronomía donde priman los buñuelos o las frituras típicas llamadas latkes. También se recitan salmos y fragmentos de la Torá y se elevan cánticos de adoración.
Este rito judío, que conmemora el candelabro que ardió milagrosamente en el Templo durante ocho días con un aceite que apenas habría sido suficiente para uno, podría hallarse entre los precedentes de la llamada Corona de Adviento, en la que los cristianos encendemos una vela en cada uno de los cuatro domingos anteriores a la Navidad.
Para los fieles judíos, este acto no solo restaura la luz en un tiempo oscuro de su historia, sino que también sustituye la idolatría con la verdadera fe. Esto es lo que se celebra en Janucá. Para los cristianos, la gran fiesta que interrumpe la oscuridad de la historia de la humanidad se llama Navidad, que en la antigua tradición se celebraba desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero. Esta celebración de doce días fue diseñada para recordar el nacimiento de Jesús, la verdadera luz del mundo.
Judíos y cristianos deben sentirse hermanos, unidos por el mismo Dios y por un rico patrimonio espiritual común, ya que Jesús era judío.


