En la serena campiña de Castilla y León, España, emerge un enclave sagrado que ha capturado la esencia de la espiritualidad a lo largo de los siglos: el Monasterio de Santo Domingo de Silos. Este monasterio benedictino, fundado en el siglo VII, se erige como un testigo silente de la historia y la fe, albergando una riqueza cultural y espiritual que se manifiesta no solo en sus muros de piedra, sino también en las armonías celestiales de la música gregoriana.
El monasterio lleva el nombre de Santo Domingo de Silos, un monje benedictino que desempeñó un papel crucial en la expansión del cristianismo en la península ibérica. Domingo de Silos había nacido en Cañas, La Rioja, el año 1000, siendo hacía el año 30 ordenado sacerdote para, desde 1031 hasta 1033, llevar una vida eremita. En 1033 como monje benedictino entró en el monasterio de san Millán de la Cogolla. Santo Domingo de Silos, fue primeramente monje y prior del primer monasterio de San Millán de Yuso. Conocido por su sabiduría y caridad, Santo Domingo fue enviado como prior de Silos donde dejó un legado que trasciende las fronteras del tiempo. Su vida devota y sus contribuciones a la comunidad monástica han inspirado generaciones. Muchos fueron los enfermos, ciegos, cojos y lisiados a quienes Domingo curó durante su vida por medio de la oración y, sobre todo, por la celebración de la santa Misa, que era su recurso predilecto. Fallecido en Silos el viernes 20 de diciembre de 1073, fue enterrado primero en la cripta románica del monasterio, para ser trasladados años más tarde sus restos al claustro, en donde se encuentra la lápida de su tumba, y luego a su actual ubicación en una capilla lateral del monasterio. Su báculo de avellano se halla en la capilla de las reliquias
La imponente estructura del Monasterio de Santo Domingo de Silos, con sus torres y claustros, se eleva en un entorno pintoresco que invita a la contemplación.
Seguramente este monasterio ya existía en época visigótica (siglo VII), aunque no hay pruebas documentales del hecho. Debía tratarse de un establecimiento que habría combinado la vida eremítica con la cenobítica, con eremitorios dispersos por el valle. Habría existido una iglesia visigótica, pero no se ha podido recuperar ningún elemento significativo de aquella construcción. Todo ello habría acabado a principios del siglo VIII con la invasión árabe.
Cuando este territorio se recuperó al islam, se debió restaurar también la vida monástica, en el siglo X tenemos constancia de los nombres de algunos de los abades del monasterio, incluso aún se conservan textos de aquella época salidos del escritorio de Silos. El 954, un diploma del conde de Castilla Fernán González otorgó a Silos una serie de beneficios y derechos sobre el territorio y su gobierno, lo que impulsó de una manera muy importante la vida del monasterio y aseguró su futuro. En aquel momento el cenobio era conocido como San Sebastián.
A finales del siglo X el monasterio sufrió los efectos destructivos de los ataques de Almanzor que dejó el lugar en ruinas. Santo Domingo de Silos se encargó de la restauración monástica. Santo Domingo llevó a cabo una tarea muy importante tanto por la restauración física de las dependencias monásticas, como el impulso dado a la vida monástica del lugar y también a la influencia sobre el entorno, tanto en su vertiente espiritual como en su poder señorial.
Santo Domingo puso fecha de inicio a una larga época de esplendor, cuando el monasterio se hizo famoso e influyente. Se dice que si bien él no comenzó la construcción del claustro, le dio un impulso importante. Muy posiblemente, la construcción de esta importante dependencia del monasterio de Silos la comenzó el abad Fortunio (1073-1104), sucesor de Domingo.
Después de la primera iglesia visigótica y de la segunda mozárabe, que se restauró de los desperfectos sufridos por la razzia de Almanzor, entre los siglos XII y XIII se levantó una nueva iglesia románica que modificaba profundamente el edificio anterior. Se trataba de una iglesia de tres naves con transepto, con la cabecera al este, como es habitual.
Con el siglo XIV Silos inició un período de decadencia de la misma manera que la sufrieron otros establecimientos, fue perdiendo sus poderes sobre el territorio y además el 1384 un incendio lo afectó profundamente. Esta situación se agravó durante el siglo XV, pasando a tener abades comendatarios y a partir del 1512 se integró a la Congregación Benedictina de Valladolid.
A pesar de esta situación, Silos emprendió diversas construcciones o reconstrucciones: a finales del siglo XVI se construyó la sacristía. Durante el siglo XVII se levantaron las dependencias del sur (refectorio y dormitorio). Ya en el siglo XVIII se amplió el monasterio por la parte de poniente donde se levantó un nuevo claustro (patio de San José) rodeado de nuevas dependencias. En 1732 se construyó la nueva capilla de Santo Domingo que utilizó la antigua sala capitular como cimientos.
La obra que más afectó Silos en aquella época fue el derribo de la iglesia románica para levantar una nueva (comenzada en 1752 y consagrada en 1792) según un proyecto del arquitecto Ventura Rodríguez, que contemplaba un edificio neoclásico.
En la actualidad, en medio del claustro crece un árbol que lleva más de 130 años alzándose al cielo. Es el ciprés de Silos, al que el poeta Gerardo Diego dedicó uno de sus mejores versos.
Además de ver el claustro, en el monasterio se visitan otras dependencias como la botica con su colección de cerámica de Talavera, el museo y una sala para exposiciones temporales.
En la Iglesia podemos escuchar los cánticos que se celebran 7 veces al día en ella y que permiten escuchar las voces de los monjes benedictinos orando, ya que para ellos el canto gregoriano es “un vehículo para hablar con Dios”.
El canto gregoriano forma parte de la tradición de la Iglesia Católica. Éste tiene, por su propia naturaleza, un lugar central en la liturgia, en la celebración y la plegaria del pueblo de Dios. El repertorio gregoriano se encuentra en los libros litúrgicos, principalmente en el Gradual para las piezas que se emplean la Misa y el Antifonario para las del Oficio Divino.
La historia del canto gregoriano es compleja: su origen y su desarrollo inicial no se conocen con certeza. Aunque la elaboración del canto gregoriano recibió muchas influencias de la música judía y griega, el gregoriano es principalmente latino.
En Occidente, durante de los siglos III y IV, sobre la base de melodías recitativas de las primeras liturgias cristianas, se constituye una primera colección de cantos eclesiásticos con melodías muy sencillas. Varias regiones desarrollan un repertorio local propio: los cantos romanos, beneventanos (sur de Italia), milaneses o ambrosianos (norte de Italia), hispánicos y galicanos. Desde el siglo V al VII, los papas, principalmente León el Magno, Gelasio y Gregorio Magno a quien el canto gregoriano debe su nombre, contribuyen a la organización del repertorio a lo largo del año litúrgico.
Este estilo de canto litúrgico, arraigado en la tradición monástica, encuentra su expresión más sublime en Santo Domingo de Silos.
EMI Classics lanzó en 1993 un álbum con el que los monjes de Santo Domingo de Silos alcanzaron un estrellato involuntario. En una semana, el disco llegó a ser número uno en Los 40. Aquel boom vivido en los 90 es visto hoy como una anécdota, como una diablura del azar, parecía impensable que un grupo de monjes que cantaba una música litúrgica nacida en la Edad Media se convirtiera en el fenómeno musical del momento.
El abad quiso proteger la comunidad monástica del ruido alejándose de la posible fama. Sin sobresaltos, sin lucimiento del cantante. Para ellos el texto en latín es el que ordena la música, y nunca al revés. El ritmo viene dado por la oración, que toma la forma de un canto sencillo, sugestivo y con la palabra como protagonista.
Una oración envuelta de sobriedad y belleza que no nos dejará indiferentes