El origen del Belén o nacimiento, también conocido como pesebre o portal de Belén, se remonta a la tradición cristiana de la Edad Media y está relacionado con la representación del nacimiento de Jesús en Belén, tal como se describe en el Nuevo Testamento.
Los primeros registros de la creación de nacimientos se remontan al siglo XIII en Italia. San Francisco de Asís, fundador de la orden franciscana, desempeñó un papel crucial en la popularización de esta tradición. En 1223, San Francisco organizó la primera representación en vivo del nacimiento de Jesús en la localidad de Greccio. Utilizó figuras vivas, incluyendo a un bebé real en el papel de Jesús, animales reales, y recreó el escenario del pesebre, con heno y una escena rural.
La intención de San Francisco era recordar a las personas el significado original de la Navidad, centrado en el nacimiento de Jesús y en la sencillez de su llegada al mundo. Esta representación viviente del nacimiento de Jesús en Greccio se considera un punto de partida para lo que luego se convertiría en la tradición del Belén o nacimiento. Otra de las tradiciones navideñas son los Belenes vivientes. El origen de los Belenes vivientes se lo debemos a Santa Clara, que en el siglo XIII empezó a colocar personas de carne y hueso junto a las figuras policromadas del Belén para hacer más cercana la escena a los fieles.
Con el tiempo, la tradición del pesebre se difundió por toda Europa, y la representación del nacimiento de Jesús se volvió cada vez más elaborada. Aparecieron figuras de cerámica, madera u otros materiales para representar a María, José, el niño Jesús, los pastores, los Reyes Magos y otros personajes del relato bíblico. Estas figuras se colocaban en escenarios decorativos que a menudo incluían construcciones que representaban la cueva de Belén, establos, paisajes rurales y más.
Durante el XVII el máximo exponente del arte en figuras de belén lo constituyen las napolitanas. Son éstas, figuras de vestir en las que sólo se ha trabajado la cabeza, brazos y manos, piernas y pies, estando el cuerpo relleno de fibra vegetal que las hace extremadamente adaptables a cualquier postura. Sus ropas, propias de la moda de la época, les aportan ese anacronismo tan habitual en los belenes que, sin embargo, no les resta encanto ni credibilidad.
Habrá que esperar al siglo XVIII para ver consolida la tradición del Belén con ejemplos de gran calidad por toda Europa (sobre todo en Alemania y el ámbito del Mediterráneo), y en Iberoamérica.
Su introducción en España se debe a Carlos III, que había sido rey de Nápoles y era un gran entusiasta de aquella tradición. El rey y su esposa, María Amalia de Sajonia, importaron aquella costumbre a nuestro país y la introdujeron en sus palacios. A partir del siglo XVIII, la tradición belenística se extiende por diversas zonas de España. Zonas como Murcia y Andalucía tienen una gran tradición y sus talleres artesanales especializados en belenes han pervivido hasta hoy.
Habrá que esperar al siglo XIX, en pleno Romanticismo, para que el montaje de los belenes se extienda a los hogares, pudiendo encontrar ejemplos de todo tipo.
Con el tiempo, se ha convertido en una costumbre importante en la celebración de la Navidad en muchas partes del mundo.