Jesús es conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. El marco geográfico del desierto, lugar inhóspito y antagónico al Paraíso, es muy elocuente. En la Sagrada Escritura aparece la creencia judía en cierto espíritu maléfico del desierto llamado Azazel (Lev 16,10 y Tb 8,3). También, el desierto fue lugar de prueba para el pueblo elegido. El Señor acude para vencer allí en el lugar donde Israel sucumbió. El llamado Monte de la Tentación (Jabel Quruntul o Monte Quarantania) se eleva desde el desierto de Judea, a 3 km al noroeste de Jericó, en Cisjordania, no lejos del Mar Muerto y es, según la tradición, el lugar donde el diablo tentó a Jesús para que abandonara a Dios.
Es claro que Dios tenía un propósito al permitir que Jesús fuera tentado en el desierto su propósito era asegurarnos que tenemos un Sumo Sacerdote capaz de compadecerse de todas nuestras debilidades (hebreos 4,15) porque Él fue tentado en todas las áreas, al igual que nosotros somos tentados. La naturaleza humana de nuestro Señor, le permite que Él pueda compadecerse de nuestras debilidades, porque Él también fue sometido a debilidad. Así que, cuando somos puestos a prueba y atribulados por las circunstancias de la vida, podemos asegurar que Jesús comprende y se compadece como alguien que ha pasado por las mismas pruebas.
Primera tentación de Jesús en el desierto
“Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. Y acercándose el tentador le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. El respondiendo dijo: Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios (Mt 4, 1-4)”.
Después de cuarenta días de ayuno, con el solo alimento –quizá– de yerbas y de raíces y de un poco de agua, Jesús siente hambre: hambre de verdad, como la de cualquier criatura. Y cuando el diablo le propone que convierta en pan las piedras, Nuestro Señor no sólo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal.
La primera tentación tiene que ver con los deseos de la carne, lo cual incluye toda clase de deseos físicos. Nuestro Señor estaba hambriento, y el diablo lo tentó a convertir las piedras en panes, pero Él respondió citando Deuteronomio 8,3.”No sólo de pan vive el hombre…”
Segunda tentación de Jesús en el desierto
“Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: —Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes a sus ángeles sobre ti, para quete lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: —Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.(Mt 4,5-7)
La segunda tentación fue concerniente al orgullo de la vida, y aquí el diablo trató de usar un pasaje de la Escritura contra Él (Salmo 91,11-2) pero el Señor nuevamente respondió con la Escritura de manera opuesta (Deuteronomio 6,16), declarando que sería un error que Él abusara de Sus propios poderes. Jesús podía usar su poder, no sólo en los milagros para ser admirado y admitido por todos. Pero quedaría oculta – u oscurecida- la manifestación del amor, un amor que no puede esconder ni un ápice de amor propio; y es precisamente en la cruz en la que la máxima humildad revela el mayor amor.
Tercera tentación de Jesús en el desierto
“De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: —Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras. Entonces le respondió Jesús: —Apártate, Satanás, pues escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y solamente a Él darás culto. Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían.” (Mt 4, 8-10)
La tercera tentación es aún más honda. Jesús se proclamará, como había sido profetizado, rey de justicia, de paz, de prosperidad, de victoria, y ahí incidirá la seducción: Le propone un reino donde impere la justicia, la ley buena, la paz. Será nada menos que el reino de Dios entre los hombres. Dios en las leyes, en la economía, en el arte, en las ciencias, en la convivencia, en las familias y en toda organización humana. Pero hay dificultades que el diablo oculta, y no en vano será llamado por Jesús «príncipe de este mundo”. Propone una ruta rápida por la que el Mesías pudiera cumplir su misión evitando la pasión y crucifixión para lo que Él originalmente vino. El diablo ya tenía control sobre los reinos del mundo (Efesios 2,2), pero estaba listo para cederle todo a Cristo a cambio de Su lealtad. El solo pensarlo casi causa que la divina naturaleza del Señor se estremeciera, y Él contesta bruscamente, “al señor tu dios adorarás, y solo a él servirás”
Muchos ven en las tentaciones de Jesús en el desierto las tres concupiscencias: el desorden de la sensualidad y la carne, la llamada de la soberbia y del orgullo, y la inquietud por el dinero y el poder. De las respuestas de Cristo aprendemos exactamente cómo debemos responder – con la Escritura. La armadura del soldado cristiano en la batalla espiritual, incluye solo una arma ofensiva, la espada del Espíritu, la cual es la Palabra de Dios (Efesios 6,17).