Semana Santa en España
Se aproxima la Semana Santa y todos los rincones de nuestro país se preparan para días de procesiones, torrijas… y multitud de turistas.
España tiene diferentes atractivos culturales y turísticos. La Semana Santa es uno de ellos por méritos propios. La Semana Santa o Pascua cristiana representa cada año uno de los momentos más importantes para el catolicismo, conmemorando las distintas etapas de la Pasión de Jesucristo: desde su entrada a Jerusalén, hasta su viacrucis, muerte y resurrección. El domingo de Ramos (24 de marzo de 2024) da comienzo para finalizar el siguiente domingo de Pascua o de Resurrección (31 de marzo de 2024).
La Semana Santa trae consigo un elemento propio de este periodo: las procesiones. Calles llenas de feligreses, flores, velas, cruces con un contraste evidente entre el silencio, la austeridad, el recogimiento y el sonido de tambores, clarines y saetas conforman estos desfiles religiosos con los que los cristianos conmemoran la Pasión y Muerte de Cristo. Entre los católicos practicantes se mezclan desde hace años visitantes, turistas y muchos ciudadanos que, pese a no practicar la religión durante todo el año, sí tienen un sentimiento religioso ante estas manifestaciones.
Las procesiones de Semana Santa en España
Las procesiones tienen su origen en la Sagrada Escritura, donde se resalta la peregrinación como una acción común en la historia de la salvación. Pero, resulta muy complicado, saber cuándo y cómo se celebró la primera procesión del cristianismo, teniendo en cuenta que hasta el año 313 la religión católica se consideró una práctica ilegal y sus seguidores fueron perseguidos y condenados.
Con el paso del tiempo, la Iglesia cristiana iría filtrando y depurando las reminiscencias paganas presentes en estas primeras comitivas hasta adoptar un estilo “militarista”, posiblemente por influencia del Imperio Romano.
De hecho, el término en latín “processio”, derivado del verbo procedere, es sinónimo de avanzar o marchar, un aspecto militar reflejado en la cruz que abría las primeras procesiones cristianas como símbolo de Cristo vencedor de la muerte, que venía a sustituir al estandarte en forma de águila imperial que portaba la legión romana.
En España no existen testimonios de las primeras “procesiones” hasta el siglo III y IV. Aquellas primitivas manifestaciones surgieron fruto de la admiración de los cristianos hacia sus primeros mártires, a los que se rendía homenaje mediante el traslado solemne de sus restos mortales y reliquias de un lugar a otro, en forma de peregrinación.
Durante mucho tiempo en la Edad Media las procesiones se celebraron en el interior de los claustros de iglesias y conventos ya que en ellas y en los pórticos se realizaban los autos de la Pasión de Cristo. Se trataba de escenificaciones que formaban parte de oficios litúrgicos. Estos oficios como el Vía Crucis era una imitación de lo que realizaban los peregrinos en la Vía Santa o Vía Dolorosa de Jerusalén, es decir, acompañar a Cristo con la cruz. Con el propósito de experimentar el dolor de Cristo, así los católicos empezaron a salir a las calles con imágenes de Cristo en la cruz, en procesión durante la Pascua para representar lo vivido por Jesucristo en los últimos días de su vida.
Paulatinamente, estas escenificaciones se transformaron y sustituyeron a los actores por imágenes, convirtiendo las escenas de la Pasión en figuras de madera y tela.
Los siglos V y VI vieron el nacimiento de las primeras cofradías o hermandades que, con el tiempo, se convertirían en las grandes promotoras de las procesiones, éstas estaban al cuidado de los santuarios que surgían en los lugares donde un mártir hubiera sido martirizado o enterrado. A partir del siglo VIII las cofradías fueron ganando terreno, surgiendo otras nuevas al amparo de diferentes colectivos, siempre de carácter laico. De entre todas ellas pronto destacaron por su relevancia las cofradías gremiales, que congregaban a individuos vinculados por su trabajo, estamento o lugar de residencia. Cada una de estas cofradías organizaba una fiesta anual que incluía misas y procesiones en torno a su santo patrón. No obstante, las procesiones exclusivas de la Semana Santa surgirían en España con la aparición de las cofradías de ámbito penitencial, a finales del siglo XIII.
En la Europa de la Edad Media la religiosidad y la Iglesia impregnaban todos los ámbitos de la vida comunitaria incluidos el lenguaje, las costumbres y el calendario.
La sociedad española medieval hizo de la defensa de la religión uno de sus pilares fundamentales, hasta el punto de que el día a día de cualquier persona estaba plagado de santos y devociones particulares.
Cristo, los santos, las diferentes advocaciones marianas y sus imágenes dispensaban protección y certidumbre frente a los avatares de la vida, que en aquellos tiempos eran muchos: una sequía, una enfermedad, una guerra o una epidemia.
La peste negra que asoló Europa a mediados del siglo XIV acarreó no sólo devastadoras consecuencias políticas y económicas sino también religiosas.
La enorme mortandad sufrida se interpretó por la mentalidad de la época como un castigo divino por lo que, más que pedir favores a Dios, se hizo imprescindible pedirle perdón.
Para fomentar el arrepentimiento comunitario surgieron cofradías de carácter penitencial, por influencia de dominicos y franciscanos.
Se trataba de grupos de flagelantes o disciplinantes encapuchados que recorrían las calles mientras se flagelaban y entonaban cánticos, con la idea de que el pecador podía ser perdonado por Dios si castigaba su cuerpo, en clara alusión a la Pasión de Cristo. Sin música alguna, tan solo estaba permitido una trompeta o un tambor que sonara a dolor.
La Iglesia permitió que dicha penitencia pudiera ser pública a través de las cofradías, siempre y cuando fuera anónima y los flagelantes cubrieran su rostro, de manera que nadie pudiera presumir ni tratar de ganar algún prestigio a través de esta práctica. Por este motivo se impuso que los penitentes participantes en estas procesiones llevaran un antifaz, con el fin de que todos fueran iguales ante el hecho penitencial, desde la nobleza hasta el ciudadano más desfavorecido.
La situación llegó a tal punto que el Papa tuvo que intervenir desautorizando a muchas de las cofradías responsables de estas bestiales procesiones, convertidas en auténticos aquelarres de gemidos y latigazos, obligando a dominicos y franciscanos a reenfocar aquel clamor espiritual colectivo para dotarle de un sentido cristiano apropiado, hasta el punto de que Santa Teresa de Jesús denominaba a estas procesiones “la penitencia de las bestias”, defendiendo que el modo de identificarse con el dolor de Cristo nunca debería pasar por el auto castigo sino por la ayuda a los enfermos.
Las procesiones se asentaron un siglo más tarde, coincidiendo en el tiempo con la Contrarreforma. En esa época, la iglesia se vio amenazada por la reforma de Martín Lutero y reclamó la manifestación de la fe de sus creyentes. el Papa Paulo III resolvió reforzar el uso de imágenes en la liturgia y alentó la celebración de procesiones para reforzar la fe católica y frenar la reforma luterana.
Las hermandades y cofradías, surgidas en el siglo XV, también se dedicaron a promocionar la celebración de las procesiones. Las procesiones se convirtieron así en la manera perfecta para llevar la liturgia a las calles y hacerla más cercana al pueblo, adoptando una forma más teatral: a través de las escenas de los pasos procesionales, el mensaje de la Iglesia se entendería mejor.En contraposición a la iconoclastia protestante, la Iglesia católica permitía la exteriorización de la fe mediante la representación de imágenes, figuras que trascendían su materialidad para convertirse en un vehículo para llegar a Dios.
El siglo XVII fue también el Siglo de Oro para las cofradías y el momento de mayor esplendor de las procesiones en España.
Consideradas como celebraciones comunitarias en ellas participaban todas las clases sociales, incluida la Familia Real. A partir de entonces la imaginería procesional comenzó a abundar. Bajo la influencia del movimiento Barroco, las esculturas destinadas a pasos procesionales fueron perdiendo austeridad y ganado tamaño y riqueza iconográfica.
Las cofradías, a través de financiación propia, pudieron permitirse contar con imágenes talladas por escultores de renombre, tales como Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Juan de Juni o Alonso Cano. Estas imágenes podían verse por las calles de diferentes ciudades durante las procesiones de Semana Santa, portadas a hombros por los denominados “anderos” … los costaleros actuales.
También en este momento aparecieron los palios, las flores y la indumentaria característica del penitente o nazareno, consistente en el hábito de color negro y un capirote con el que cubrían su rostro y cabeza.
Ambas prendas cuentan con una simbología penitencial que tiene su origen en el Tribunal de la Santa Inquisición, institución fundada por los Reyes Católicos en 1478.
El rey Carlos III prohibió en el siglo XVIII la figura de los ‘disciplinantes’, es decir, los penitentes que se flagelaban durante las procesiones, reduciendo de esta forma las celebraciones al alumbramiento por parte de los cofrades con cirios a las imágenes portadas por más miembros de las cofradías, acompañadas por cantos del clero.
Durante la Guerra de Independencia muchos conventos e iglesias fueron expoliadas o destruidas a manos del ejército napoleónico. En las décadas siguientes, los cambios políticos y revoluciones constantes en nuestro país influyeron negativamente a las procesiones y cofradías, que sufrieron altibajos dependiendo de la ideología del gobierno en el poder en cada momento. Así, por ejemplo, la Desamortización de Mendizábal de 1836 supuso la desaparición de un sinfín de templos y monasterios, desposeyendo de muchos de sus bienes a las cofradías y acentuando aún más la decadencia de la ya de por sí maltrecha Semana Santa.
La Restauración borbónica favoreció la aparición de nuevas hermandades. Se incorporaron nuevos grupos escultóricos, algunos de notable relevancia artística, y se adoptó el cambio en las procesiones de Semana Santa a la liturgia que conocemos en la actualidad, ya que se introdujeron elementos como las bandas musicales.
Lamentablemente, la Segunda República y la Guerra Civil significaron un nuevo retroceso para el patrimonio artístico de nuestro país
Muchos conventos e iglesias fueron destruidas, así como sus respectivas imágenes y pasos procesionales. Otras muchas tallas fueron escondidas y recuperadas tras la contienda. Toda la geografía española fue recuperando las procesiones y tiñéndose de tradición y de fe.
En sí misma, la Semana Santa fue declarada en España Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial desde el 2017. Esto se debe a la riqueza cultural de todas las celebraciones que se dan en España con este motivo, entre las que destacan las procesiones.
Es imposible nombrar todas y cada una de las procesiones que se realizan a lo largo y ancho de nuestra geografía, pero podemos destacar: Sevilla, Málaga, Cuenca, Toledo, Madrid, Valladolid, Zamora y muchas más. Se dice que en cada rincón grande o pequeño de nuestra geografía hay alguna procesión en Semana Santa.