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Peregrinación Santiago de Compostela

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Peregrinación Santiago de Compostela

Peregrinar es un rito común a la inmensa mayoría de las religiones. Santiago es una de las tres grandes ciudades de peregrinación del cristianismo, junto a Jerusalén y Roma. La peregrinación es un tiempo en el que se vive apartado de la vida diaria y en el que uno se dirige a un lugar santo. Hace referencia a nuestro paso por la tierra que también tiene un comienzo y un final.

La peregrinación Jacobea o peregrinación a Santiago de Compostela nos conduce a la Tumba de un Apóstol, uno de los doce que formó parte del círculo íntimo de Jesucristo y que fue responsable de la evangelización de Hispania, es decir, fue el transmisor de la fe original recibida de Jesús.

Los peregrinos tienen a lo largo del Camino de Santiago oportunidad para la reflexión personal, para la oración y para el disfrute de la amistad y el compañerismo con otros peregrinos de diferentes países y tradiciones. Así que el Camino de Santiago no es solo un camino, aunque haces las mismas cosas todos los días, cada día es diferente. Hay días buenos y días malos. A veces, puedes estallar de felicidad y desear que el viaje nunca termine, otros días sientes nostalgia y solo deseas volver a casa. Conoces a mucha gente y los pierdes de vista otra vez. Os conocéis, os hacéis amigos, camináis juntos durante un tiempo y os separáis de nuevo. El Camino de Santiago es como la vida misma, con la diferencia de que percibes y aprendes a apreciar y agradecer las pequeñas cosas de la vida.

La Catedral de Santiago custodia las reliquias de un apóstol de la Cristiandad. La historia y la tradición se unen en la figura de Santiago, Ápostol,en sus fiestas y en la rica iconografía del santo peregrino y guerrero.

La Biblia se refiere habitualmente al Apóstol Santiago con el nombre de Jacobo, procedente del hebreo Ya’akov, que pasó al latín como Iacobus, derivando en una gran diversidad de nombres propios en las distintas lenguas europeas al extenderse el cristianismo: Jacobo, Iago, Yago, Tiago, Diego, Santiago, Xacobe, Jaime, Jaume, Jacob, Jakob, Jacques, Giacomo y James son sólo algunas de ellas. Llamado también San Santiago el Mayor, era natural de Betsaida, Galilea. Hijo de Zebedeo y hermano de San Juan Evangelista, autor del cuarto de los Evangelios y otro de los doce apóstoles. La tradición señala que Salomé era hermana de María, lo que convierte a Santiago y Juan en primos de Jesús.

Santiago formó parte del círculo más cercano al maestro. Juan, Santiago, Andrés y Pedro eran pescadores cuando Jesús llegó a la orilla del lago de Genesaret y los llamó para que se unieran a él como “pescadores de hombres”. Jesús llamaba a Juan y Santiago “ Boanerges”, ‘hijos del trueno’, por su fuerte temperamento.

Después de la crucifixión de Jesús, el apóstol Santiago se dedicó a predicar la nueva fe, contribuyendo a la difusión del cristianismo en occidente. Cuando los Apóstoles marcharon a predicar las enseñanzas de Jesús por el mundo, Santiago encaminó sus pasos a Hispania. El Breviarium Apostolorum del S. VI, y los textos de San Isidoro en el S.VII y del Beato de Liébana cien años más tarde, sitúan a Santiago en distintos puntos de la Península Ibérica como evangelizador. Según cuenta la tradición, recibió la visita de la Virgen en Zaragoza y en Muxía para reconfortarlo cuando su ánimo decaía. La aparición en Zaragoza tuvo lugar aún en vida de la Virgen y, tal como cuenta la historia, María se le apareció sobre un pilar, dando así lugar a la advocación de la Virgen del Pilar (en el lugar en donde luego se levantó la basílica del Pilar). La aparición mariana en Muxía mezcla elementos cristianos y precristianos: cuenta esta leyenda que cuando Santiago se hallaba predicando por el noroeste peninsular, se angustió por el poco éxito de su misión evangelizadora. Mientras oraba a la orilla del mar vio aparecer una embarcación de piedra, gobernada por dos ángeles, en la que viajaba María. La Virgen lo animó a continuar su labor y le entregó una imagen suya, para la que Santiago levantó un pequeño altar debajo de una roca.

Muchos años después, las gentes del lugar encontraron la imagen y construyeron allí mismo un santuario, la Iglesia de Nuestra Señora de la Barca, a la que cada septiembre acuden numerosos romeros. La barca de piedra quedó en la orilla y a sus piezas (tres piedras que representan la barca, la vela y el timón) se les atribuyen diversas propiedades milagrosas.

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Según otra tradición, Santiago Alfeo (‘el Menor’) tras su decapitación recogió la cabeza de Santiago y la entregó a la Virgen María para que la custodiase. Hoy esta reliquia se conserva en la Catedral de Santiago en Jerusalén, perteneciente al Patriarcado Armenio. En cuanto a su cuerpo, sus discípulos lo recogieron y partieron en un barco a buscar un lugar apropiado para darle sepultura. En esta embarcación   su cuerpo llegó hasta Galicia, atracaron en el puerto de Iria Flavia, en los confines de la tierra entonces conocida, la barca quedó amarrada a un poste de piedra, lo que explica el origen etimológico del nombre de la villa de Padrón (pedrón). El territorio estaba dominado por una reina pagana, la Raíña Lupa. Los discípulos le pidieron un carro y una yunta de bueyes para transportar el cuerpo de Santiago. Ella, perversamente, los envió a un monte próximo en el que pacían rebaños de toros bravos. Pero en lugar de embestirlos, los toros se acercaron dócilmente a los discípulos y se dejaron poner el yugo. Se dice que la Raíña Lupa, impresionada por este milagro, se convirtió al cristianismo.

Con el cuerpo del santo en la carreta, los toros echaron a andar sin ser guiados. En el lugar en que se detuvieron fue enterrado era el Campus Stellae, cerca de Padrón; allí se erigió un templo en el siglo IX  . Los discípulos Teodoro y Atanasio quedaron como custodios del sepulcro, y a su muerte fueron enterrados junto al Maestro. El lugar quedó olvidado varios siglos, un eremita del lugar de Solovio (donde hoy se alza la Iglesia de San Fiz de Solovio), de nombre Paio, localizó, en un bosque, llamado Libredón, las ruinas de un primitivo enterramiento. Contienen las que serán identificadas como tumbas del apóstol Santiago y sus discípulos Teodoro y Atanasio. Esta aparición confirma una arraigada tradición popular que habían documentado antes los monjes Beda el Venerable y Beato de Liébana. Pero faltaban estas pruebas.

El descubrimiento de la tumba del Apóstol fue rápidamente comunicado por el obispo Teodomiro de Iria Flavia al rey astur Alfonso II, fue el primer gran valedor. Se había criado en el Monasterio de Samos y recibe con entusiasmo la noticia. El rey visita el lugar y manda edificar una modesta iglesia, que luego reconstruirá Alfonso III (año 899). Estamos en el germen de la actual catedral y de la ciudad de Santiago .que no sólo daría origen a una Ciudad Santa en el reino astur, independiente de Roma y del Imperio Carolingio, capaz de atraer peregrinos, población, conocimiento y comercio; sino que supondría un factor de aglutinación de los territorios cristianos de la Península contra la invasión del Islam.

La figura de Santiago Matamoros, el apóstol guerrero, se convirtió en verdadero estandarte de la Reconquista desde que el 23 de mayo del 844 se ‘apareció’ ante el rey  Ramiro I y otros monarcas cristianos montando un caballo blanco y blandiendo una espada para ayudarlos a vencer a las tropas de Abderramán II en la Batalla de Clavijo.  

Los milagros atribuidos al Apóstol se repitieron y sus apariciones se multiplicaron, infundiendo valor a los guerreros que en su nombre (‘Santiago y cierra España’) finalmente reconquistaron España en 1492; y propiciando más y mayores peregrinaciones de toda Europa hacia la milagrosa Compostela a través de los territorios reconquistados, surcados por el Camino de Santiago.

La Cruz de Santiago es el símbolo distintivo de la Orden de los Caballeros de Santiago, orden religiosa y militar fundada en 1170. Tomó su nombre del Apóstol Santiago, patrón de España, y tenía entre sus objetivos proteger a los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago, además de darles cobijo, comida y auxilio espiritual.

La Orden de Santiago se encargaba también de hacer retroceder a los musulmanes en la Península al tiempo que defendía a las tropas cristianas.

El Papa Alejandro III aprobó las reglas de la Orden en 1175, entre las que se incluía la adopción de la cruz roja como símbolo de identificación de la orden militar de Santiago. La Cruz de Santiago se incorporó en los pechos de su capa blanca la forma de espada y como invocación de su voto al Apóstol Santiago.

La tradición asegura que hay que remontarse a la Batalla de Clavijo en el año 844 para descubrir su origen. Cuenta la leyenda que en esta conocida batalla librada entre moros y cristianos se apareció el Apóstol Santiago a lomos de un caballo blanco portando una bandera blanca con la cruz roja e intercedió a favor de los cristianos.

Otras voces buscan su origen en las Cruzadas, donde los caballeros portaban pequeñas cruces con la parte inferior afilada para poder anclarla al suelo.

Lo cierto es que la cruz roja fue incorporada a otras órdenes de caballeros relacionadas con el Camino de Santiago y lo llevan miembros del Cabildo de la Catedral de Santiago.

La Cruz de Santiago es un símbolo muy reconocible: una cruz en forma de espada, bañada de un llamativo color rojo. Sus brazos y su empuñadura terminan en una flor de lis, símbolo en la Edad Media del “honor sin mancha” de los caballeros.

Mucho se ha discutido sobre el significado de esta cruz roja. La teoría más extendida habla de su doble condición de cruz y espada que quiere simbolizar, por un lado, la defensa de la fe en Cristo, martirizado en una cruz. Y, por otra, la utilización de las armas para defender la fe y el instrumento utilizado para decapitar a Santiago, el primero de los Apóstoles en sufrir martirio por su fe.

El color rojo representa, sin duda, la sangre derramada por el Apóstol Santiago durante su martirio en Jerusalén, pero también la vertida por las tropas cristianas en defensa de la fe.

Santiago fue tenido por patrono de la reconquista cristiana de la Península contra el islam (dando nombre a una importante orden militar) y, ya en la época contemporánea, tanto la Virgen del Pilar como el propio Santiago se convirtieron en símbolos nacionales de España. Su festividad se conmemora el 25 de julio.

Historia del Camino de Santiago

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Monarcas astures, abades y monjes franceses y alemanes son los primeros en llegar a Santiago desde finales del siglo IX.

Los soberanos astures Alfonso II y Alfonso III, junto con la Corte de Oviedo, son los primeros peregrinos conocidos del siglo IX. Alfonso III el Magno peregrinó en 872 y regresó con la reina Jimena dos años más tarde, en 874, donando al apóstol una cruz de oro y pedrería, emblema del Reino de Asturias.

En el siglo X comienzan a llegar peregrinos europeos, como Bretenaldo, en 930, un franco que decidió asentarse como vecino de la primitiva Compostela. Dos años más tarde, hacia 932, peregrinó el rey Ramiro II. No obstante, el peregrino más célebre del siglo X fue el obispo Gotescalco de Le Puy, quien viajó a Compostela en compañía de otros clérigos y de un grupo de fieles de Aquitania a finales de 950.

Poco después, en 959, peregrina al santo lugar el abad Cesáreo del monasterio catalán de Santa Cecilia de Montserrat. Pidió la ayuda de la Iglesia compostelana para solicitar del papa la restauración de la sede episcopal de Tarragona. Este trámite de intercesión incrementó el peso de la sede apostólica en el reino de León, reforzando la posición de Compostela como sede prestigiosa del occidente peninsular.

Santiago se consolida rápidamente como centro de peregrinación internacional entre los siglos XI y XIII. Gracias a una unión de fuerzas e intereses que, a favor de Compostela, llevaron a cabo los principales centros de poder occidental: la Corona (desde Alfonso II a Alfonso VII o Sancho Ramírez), el papado (Calixto II o Alejandro III) y las órdenes monacales (las abadías de Cluny y el Císter). Así escribirá el Camino su historia milenaria.

La época de oro de las peregrinaciones se sitúa en estos siglos: Francia, Italia, centro y este de Europa, Inglaterra, Alemania, incluso Islandia. Y, por supuesto, toda la Hispania. Llegaban a pie, a caballo, en barco y eran asistidos principalmente por una red de hospitales fundados por reyes, nobles y burgueses de las ciudades, sobre todo en los barrios de francos, y por los monjes de Cluny, que recibían a los peregrinos en sus monasterios.

La historia también nos cuenta la peregrinación a la tumba del apóstol, en 1214, de San Francisco de Asís, hecho que inaugura uno de los capítulos más importantes del Camino de Santiago: la renovación de la espiritualidad occidental a través de la labor educativa, evangelizadora y asistencial de los franciscanos. En Santiago fundan el primer convento de la Orden.

La acogida al peregrino constituye uno de los aspectos fundamentales de la experiencia del Camino desde la Edad Media. Un servicio permanente de ayuda sanitaria y espiritual que fue organizado desde las diversas instituciones, desde la Corona y la Iglesia hasta el propio pueblo. Fue crucial la fundación de hospitales dedicados a atender las necesidades espirituales, materiales y sanitarias del creciente número de peregrinos que se dirigían a Santiago.

La mayoría de las instituciones hospitalarias para peregrinos y pobres se crearon a través de las donaciones aportadas por comunidades religiosas, sedes episcopales, familias nobles, altos clérigos y, sobre todo, por los reyes. Los monarcas fundaron gran cantidad de hospitales en el Camino de peregrinación, manifestando la voluntad de la Corona de ejercer la virtud cristiana de la caridad y de servir a Dios y a Santiago como santo patrono del reino. En los pequeños hospitales medievales era costumbre ofrecer salas con doce camas, o seis lechos dobles, en recuerdo de los doce apóstoles de Jesús.

Para la antropología medieval el peregrino era un enviado del Cielo, por lo que había que considerarlo y tratarlo como si fuese el propio Jesucristo. Por eso no era infrecuente que en las escenas de la aparición de Jesús resucitado a los discípulos de Emaús se representase al Salvador como peregrino, con distintivos propios de la peregrinación jacobea como el zurrón y la concha de vieira. Un maravilloso ejemplo es el célebre relieve románico del claustro de Santo Domingo de Silos (Burgos).

La historia del Camino de Santiago corre pareja a las vicisitudes de la historia de Europa. Pero a pesar de la influencia negativa que sobre la vida y la cultura causaron episodios como la “Guerra de los Cien Años” (1337-1453), la Peste Negra (1348) y los prolongados períodos de hambre y crisis económica y de pensamiento, el Camino de Santiago continuó vivo durante el durísimo siglo XIV y  el más tranquilo siglo XV.

En la celebración del año santo romano de 1300 el papa ofrece a los peregrinos la Indulgencia Plenaria o perdón de los pecados. A fines del XIV se inicia una etapa de expansión económica, desarrollada en el siglo siguiente. En este marco de crisis, caos y recuperación, campesinos, burgueses, guerreros, nobles y religiosos peregrinan sobre todo en períodos de treguas, bajo el manto de una cosmovisión que interpretaba la Vía Láctea como un camino de almas rumbo al Paraíso.

El encuentro con lo maravilloso seduce tanto a los más humildes como a los caballeros. El rey Alfonso XI de Castilla (1325-1350) es armado caballero en Compostela; doña Isabel de Aragón (ca. 1270-1336), viuda del rey don Dinís de Portugal, peregrina en 1325, donando su corona, entre otras posesiones y riquezas personales; a inicios de 1343 llega a Compostela santa Brígida de Suecia (1303-1373), que peregrina en compañía de su marido, Ulf Gudmarsson, y de otras personas; en la catedral sufrió una visión mística, algo habitual en su vida.

Durante el último tercio del siglo XIV la Galicia costera potenciará con la Europa atlántica una dinámica comercial de resultados fecundos. La situación de crisis padecida en Francia, Flandes, Inglaterra y otros países impulsa en Galicia un comercio internacional ligado a la peregrinación por vía marítima, que tendrá en A Coruña, puerto de peregrinos, su máximo lugar de referencia.

Al puerto coruñés arribaron en las décadas finales del XIV y durante el siglo XV un gran número de barcos cargados con peregrinos de Flandes, Bretaña, Inglaterra y los países bálticos, y mercancías flamencas, de Andalucía, Cataluña, Génova y Venecia. Los mismos muelles exportaban pescado ahumado al Mediterráneo y vino de Ribeiro con destino a la Europa atlántica.

La Reforma protestante y las guerras de religión en los territorios alemanes y en Francia restarán muchos peregrinos al Camino.

En el siglo XVI el Camino de Santiago vivirá una profunda crisis, motivada por varias razones. En primer lugar, influyó negativamente la sensibilidad de los intelectuales humanistas, que partían de la crítica irónica que Erasmo de Rotterdam dedicó al tema de la peregrinación. Una crítica que se endurece con Lutero. La Reforma protestante y las guerras de religión en los territorios alemanes y en Francia restarán muchos peregrinos al Camino. Con la guerra abierta entre la España imperial de Carlos V y Francia, esta situación de fractura se mantiene, y todavía es peor en tiempos de Felipe II, con el cierre de fronteras para evitar la entrada del luteranismo en sus reinos.

La Inquisición también constituye un problema en este momento, pues sus sospechas afectaban a todo extranjero, incluso a los peregrinos jacobeos, algunos de ellos acusados de espionaje. Tras la celebración del Concilio de Trento (1545-1563) la Iglesia católica se rearma ideológicamente, con la exaltación del culto a la Virgen y a los santos.

En mayo de 1589, ante el temor de un ataque a Compostela por parte de los ingleses de Francis Drake, cuyos barcos atacaban La Coruña, el arzobispo Juan de San Clemente ordenó la ocultación del cuerpo del apóstol dentro del recinto del presbiterio de la catedral. Su exacto paradero sería desconocido durante varios siglos, hasta 1879, año del Segundo Descubrimiento de los restos apostólicos.

La religiosidad barroca, empapada de este espíritu contrarreformista, favorecerá la reactivación del Camino de Santiago en el siglo XVII, en especial durante los años santos; aunque en la ruta tendrán que convivir los jacobitas con falsos peregrinos, interesados en vivir de la caridad y las limosnas en villas y ciudades. La Revolución Francesa de 1789 y la guerra de varias potencias europeas contra Francia motivarán un nuevo descenso en el número de peregrinos a final del siglo XVIII.

Españoles y portugueses mantendrán la llama peregrina, en unas décadas de muy poca afluencia, que incluso afecta a los años santos. La tendencia comenzó a cambiar a partir del segundo descubrimiento de las reliquias del apóstol (1879)  y marcó la recuperación de un Camino que posteriormente, en el siglo XX, estaría condicionado por el azote de las guerras española y mundiales.

En los años 50 y 60 comenzó tímidamente la recuperación, con la creación de las primeras asociaciones jacobeas de París (1950) y Estella (1963), y la celebración de los años santos 1965 y 1971. El impulso definitivo llegará a partir de 1982 con la peregrinación del papa Juan Pablo II y su discurso europeísta en el altar mayor de la catedral de Santiago.

Las primeras décadas del siglo XXI están marcadas por un cambio de época la concepción global del pensamiento y la economía, el desarrollo de la tecnología digital al servicio de la comunicación, la cultura y el entretenimiento, la amenaza del terrorismo yihadista –los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington pueden marcar el inicio de la centuria–, una creciente preocupación por el medio ambiente y el estallido en 2008 de una crisis económica mundial que ha endurecido la situación social.

En este inicio de siglo y de milenio la peregrinación jacobea es, más que nunca, un fenómeno transversal: por una parte, espiritual y ecuménico, también abierto al conocimiento, a la amistad y la comprensión mutua. Un Camino cuyos peregrinos cuentan además con la vivencia del paisaje, la historia, la cultura compartida y la solidaridad. Es, en definitiva, una forma distinta de peregrinación, que no niega la tradicional, sino que suma e integra los anhelos de nuestra sociedad.

Rutas del Camino de Santiago

El Camino de Santiago está formado por un conjunto de rutas que parten de diferentes lugares y tienen en común una única meta, llegar a Santiago de Compostela a través de todas sus etapas.

Cada ruta a Santiago está dividida en una sucesión de etapas, que son los kilómetros diarios a recorrer. Las etapas unen villas, pueblos y ciudades. Todas ellas tienen una longitud variable comprendida entre los 20 y los 30 km, perfectas para comenzar a caminar a primera hora de la mañana y llegar a tu destino a mediodía.

Seguro que muchas veces que has oído hablar del Camino de Santiago has escuchado la frase “Hay tantos caminos como peregrinos”, pero… ¿Es eso posible? La respuesta es afirmativa, sí.

Aunque a día de hoy existan diferentes caminos conocidos como “Rutas Xacobeas”, antiguamente los peregrinos tan solo tenían una cosa en común, la meta. Cada peregrino elegía su punto de salida, en su gran mayoría partían hacia la Plaza del Obradoiro de la ciudad de Santiago de Compostela desde la propia puerta de su casa, sin un itinerario marcado.

En las últimas décadas para poder ofrecerle a los peregrinos los servicios y la señalización que necesitan en su trayecto hacia la Catedral de la ciudad compostelana se han ido marcando diferentes rutas. Los más conocidos pueden ser el Camino Francés, el Camino del Norte, la Vía de la Plata, el Camino Portugués, el Camino Inglés o el Camino Primitivo, pero hay que destacar que tan solo en la península ibérica hay más de 50 caminos e incontables a lo largo de todo el continente europeo.

Pero, ¿Por qué hay tantos Camino? Lo que realmente hace que una ruta se convierta en uno de los Caminos de Santiago es sobre todo que se conozcan indicios de que antiguamente ya existía el paso de los peregrinos por esa zona y que haya historia documentada sobre refugios y hospitales dedicados a la atención de los caminantes.

Cada vez que un peregrino comienza a andar por las antiguas sendas del Camino de Santiago, se pone en marcha la búsqueda común de toda la Cristiandad: el viaje hacia la Salvación. Y, con él, iniciamos la experiencia profundamente humana del propio descubrimiento. Así como las rutas que conducen a Santiago son muchas, muchas son también las vías para nuestro conocimiento íntimo, ése que aseguran experimentar todos los peregrinos a medida que avanzan por los caminos de los encuentros fortuitos o de la soledad, de las voces y del silencio, del paisaje umbrío o la seca llanura, detrás de una única meta: Santiago de Compostela

Esperamos que os haya gustado este viaje al origen del Camino de Santiago. Si es así, no dudéis en compartir este artículo para que más peregrinos descubran su historia y nos acompañéis en las próximas entregas de este apasionante tema. Nos despedimos con el saludo de los peregrinos

¡Buen Camino! o “Ultreia”, el otro peregrino contesta “et Suseia”

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